17 de enero de 2018

NFL: Deporte Millonario

-Yo no sé porqué les pagan tanto dinero a esos viejos.- Dijo con disgusto.
-¿A cuáles viejos, mamá? 
-Pues a los jugadores. Ganan una millonada. Se gastan tanto dinero en eso, habiendo mejores cosas en qué gastarlo. Estando las cosas como están.- Se había vuelto hacia mi para mirarme de frente.
Asentí, casi por inercia mientras miraba el partido que perdía Pittsburg. 

-Les pagan porque pueden y porque el dinero está. La liga es millonaria. 
Siguió alaciándose el pelo y no dijo nada más del asunto, pero era evidente que esperaba de mí más que esa respuesta, me quería de aliada aún cuando sabe cuánto me gusta el americano.
Después de eso pensé, aún y cuando estoy de acuerdo con ella, con el gran despilfarro de dinero y de los grandes contrastes que cuelgan de él y de que se harían muchas y mejores cosas si se utilizara de otra forma, que al final de cuentas vale la pena. Valen la pena las sumas millonarias invertidas en ese deporte, de mero y vil entretenimiento, dinero que incluso ella ha gastado en contribuir cuando nos ha regalado algo de los Gigantes a mi hermano y a mi.
Vale la pena. Ha valido la pena que haya sido el deporte que practicó mi hermano desde su infancia, al que me arrastró a mí desde que me acuerdo. Ha valido la pena que sea una cosa más de las tantas que me enseñó mi hermano, una que compartir y una que nos ha unido en tradición cada primer domingo de febrero.
Ha valido la pena irle a los Gigantes desde que tengo 12 años; ser de las pocas mujeres que no le va a steelers, patriotas o broncos, entender un juego y disfrutarlo completo, tener el jersey de Manning y debatir con alguien más sobre las jugadas y los marcadores. Vale la pena esperar 7 meses para volver a ver un partido. Lo vale, porque une, divierte y genera lazos, convivencia y experiencias y eso es pura cosa buena. Al final, vale cada centavo (millón) que le pagan a cada jugador para que la NFL exista.

12 de agosto de 2017

"Mejorar la raza"

"Acuérdate que hay que mejorar la raza" decía de vez en vez cómo dando una orden. De esos consejos que más que superficiales, son palabras llenas de razón disfrazadas de frivolidades. Palabras que en boca de él siempre tuvieron el toque divertido y sinvergüenza. Era tan bueno para eso que no podías evitar reír o pensar que cómo es que se le ocurrían semejantes payasadas.
La última vez que nos dedicamos unas cuantas palabras, fue el tercer domingo de junio de 2013, por teléfono, a miles de km de distancia. Él estaba en casa, con mi hermano y mi tío; yo en Buenos Aires, en el departamento de Santa Fe. Fue la última vez que le dije que lo amaba y que me escuchó; la última vez que me dijo que estaba orgulloso de mi aunque yo creyera que no era así, siempre recalcaba eso: "Aunque no lo creas flaca, yo estoy orgulloso de ti" Yo atinaba a devolverle el cumplido con muchos "cuídate", muchos para su gusto. Tanto se lo dije que cada uno de ellos duele. Duelen porque pareciera como si ninguno hubiera importado, como si él no lo hubiera hecho o como si hubiesen sido miles más o uno sólo, lo que pasó 3 semanas después, habría de ocurrir de cualquier forma.
Casualidades dramáticas o no, hablé con mi papá por última vez, un día del padre.
Y lo extraño y lo quiero aquí, entre nosotros.

11 de agosto de 2017

Tía...

Transcurridos ya 8 meses del año y lo más emocionante que me ha pasado es haber comido Cheesecake en Nueva York y que Alejandro haya pronunciado, entre sus primeras y pocas palabras, aquella de la que estaba segura me iba a hacer sentir única siempre: tía.

Desde que nació lo decreté: "Cuando hable y me diga tía se me van a caer los calzones" decía como que jugando, pero más iba en serio. No se me cayó nada, al contrario, se me subió todo y me llegó hasta el corazón. Es que se siente bien bonito.

Esas ansias que tenía por que me llamara, ahora cambiaron a querer poder charlar con él y comenzar a enseñarle cosas, que va, el mundo entero. Creo que de ahora en adelante no se van a terminar nunca; llegarán las de saberlo en su primer día de escuela, las de que se quede a dormir en mi casa, de llevarlo a Disneyland, de verlo aprender a leer, a tocar algún instrumento o jugar algún deporte. Esa palabra detonó que éstas ansias de verlo vivir, feliz y bien, no se me acaben ni lo hagan nunca.

Como Ragnar Lothbrok

Sé que muchos hombres quisieran ser como Ragnar Lothbrok y que otras tantas mujeres como Lagherta. Qué esos mismos hombres desean tener una Lagherta con ellos, y ellas a alguien como Ragnar. ¡Son de ensueño! ¿Quién no querría?
Yo por el contrario, me gustaría ser como el gran rey de los Vikingos y tener a mi lado a alguien como su primera esposa. No admiro sólo su belleza física, su valentía y su fuerza. La gran marca que dejó Lothbrok en la historia es fascinante. La forma en que me la contaron también. Quisiera ser como él: con una mente progresista, con la valentía de buscar más allá de lo que sus ojos ven, de aprender, de conocer cosas nuevas y llenarse de ellas hasta el hartazgo; ser líder, estratega y guerrero.
Quiero alguien como Lagherta, paciente, fiel, fuerte, inteligente e incansable. Amoroso, decidido, inquebrantable, generoso y sensato. Qué dúo.

2 de julio de 2017

Love my body

No es hasta que ya no me funcionan las rodillas y ya no hago lo que tanto me gusta, hasta que ya no puedo comer lo que antes (ni hablemos de la cantidad), ni tomar lo que antes porque el estómago entra en agonía; no es hasta que dormir menos de 8 horas me destroza el día y amanecerla en la fiesta es un pésimo atrevimiento, hasta que dos o más días de la semana me duelen los músculos por intentar sólo hacer ejercicio, hasta que me llené de estrías, hasta que comienzan a surgir las primeras arrugas es cuando precisamente dejó de importarme y empecé a amarlo, lo amo como nunca. Nunca me había parecido tan bello, tan bonito y tan perfecto como ahora a mis 31 años, irónicamente cuando más hecho mierda está.
Porque ya no importa si no tengo un busto prominente (o ninguno), si mi cintura mide 60 cm o 72, si tengo o no tengo nalgas y se ven bien en un pantalón, si mis piernas emulan a las patas de un pollo, si la espalda parece de un luchador de la AAA, si las cejas no están perfectas, si tengo canas o el pelo bien peinado, si se me notan las ojeras o si tengo granos, si los dientes están blancos o bien derechos, si la herencia me alcanza y la panza nunca se va, si me quito o no el lunar de la nariz, si las pestañas ya no son tan largas o si las uñas ya no crecen tanto. Ya no importa. Jamás me había sentido tan cómoda y segura de mi cuerpo, hasta que hice conciencia de que lo tengo

21 de marzo de 2017

Soy una mujer difícil.


Estoy bien pinche sola.
Pensando en mi situación y en la de muchas otras mujeres que conozco, he visto que ya se ha vuelto un patrón. No soy la única a la que le pasa y por eso me he orillado a pensar sobre todo esto. Tengo mucho que decir al respecto, pero hoy hablaré de sólo un tema de los muchos que podemos tomar de esto. Sobre todo, adhiero que es sólo mi punto de vista, experiencia y análisis. Si alguien más se une a él, quizás no ande yo tan errada.

Soy inteligente, divertida, independiente, se hacer muchas cosas, tanto varias de aquellas socialmente catalogadas para hombres, como las destinadas para el género femenino, y las hago bien. ¿Porqué no debería ser así para mi y para muchas otras? Soy medianamente atractiva y con buen gusto, no tan fea. Me gusta el sexo, la cocina y el rock. Y estoy bien pinche sola. ¿Porque quiero, porque puedo o porque no hay de otra? Las tres.

A veces creo que soy el trampolín; La canita al aire mientras la segura dice que si. El vil plato de segunda mesa. El mientras tanto y el nomás tantito. Como leí por ahí: "la conexión cósmica de la felicidad ajena". Porque no es esporádico, o de una vez. Me ha pasado muchas veces; me dejan por otra o lo intentan con otra. Y como creo que esto no puede ser ya casualidad, pienso, trato de pensar más allá de mi patrón conductual (que seguro es un factor, uno de los principales y muy cabrón) y pienso en ellos, en los hombres, mucho en ellos. Logro darme cuenta que no me pasa sólo a mi. Le pasa a muchas, muchas más mujeres y todas nos sentimos perdidas; pero ahora pienso en ellos, porque a ellos también los dejan, por uno más guapo, con más dinero, con carro, por el ex. Son decisiones al fin y al cabo.
Pero, eso sí, el que no seamos la mejor opción de nuestra mejor opción, se siente gacho. No lo podemos negar.

Analizando la contra parte, creo que llego al punto en que los hombres, también tienen un patrón conductual de valores (que no tienen ningún valor) intrínseco y equivocado, entrelazado bien fuerte con la educación machista. No se me confundan y alarmen, no voy a hablar de feminismo, no tanto, no ahora.

Pareciera que nos tienen miedo, dicen muchos, pero más que miedo yo diría pereza. No quieren "trabajar" por las independientes, por las que sabemos lo que queremos, cuándo lo queremos y cómo lo queremos. Y ellos no lo saben o algunos si, pero se hacen pendejos y por la misma razón, todos sacan la vuelta: somos difíciles. ¿Porqué difíciles? Pintamos fuera de la rayita.
Una amiga me dijo que su abuela le explicaba que una mujer tenía un hombre o tenía carácter. ¡Qué atinado para los 50's! Qué equivocado y que pinche triste más bien, ¿no?

"-Yo tengo carácter, pero también quiero un hombre.
-No mijita, uno u otro."

Las mujeres de antes, y de ahora, se resignan a que así es, porque ellas mismas crían a hombres que prefieren a las fáciles. Fáciles, que se hacen las difíciles, pero que terminan haciendo y siendo lo que ellos buscan: buenas mamás, amas de casa, "sumisas" en la cama y en la vida, tal y como lo educaron y le metieron en la cabeza que una mujer que vale la pena, debe ser. Y además de eso, no batallan con ellas, porque nunca los sacan de su zona de confort, contrario a las difíciles, quienes terminamos siendo fáciles, porque les decimos que sí a tener sexo en la primera cita, porque los invitamos a salir, porque usamos Tinder y somos quienes les decimos que no queremos algo serio. Porque les pedimos, y hasta cierto punto exigimos, que pinten fuera de la rayita con nosotras.
Pero no quieren, porque sí que pueden. Pareciera entonces que eso sólo lo determinan ellos: están acostumbrados a poner las reglas, ellos son los que deben decir si es sólo sexo, si es algo serio, quien te invite a salir, tener sexo casual sin ser un cualquiera, etc.

Un chico me dijo que los valores, usos y costumbres de "antes" se están perdiendo, que ya no hay caballeros ni damas y que por eso somos un desmadre en nuestras relaciones, que por eso las mujeres ya no encontramos buenos prospectos y que ellos menos. Apoyando así totalmente al rol del hombre como el dictador y el de la mujer como la dama que observa, calla, obedece y ejecuta en su casa, que es donde pertenece. Irónicamente ese alguien fue un mujeriego pisteador, que tuvo un hijo en su adolescencia de una relación que no funcionó y que ahora es religioso para tapar su desmadre.
Tenemos un revoltijo y una gran incongruencia. Hay quienes queremos el cambio, la revolución y la equidad de género, pero no soltamos lo arraigado y lo que mamá y la abuela nos dijeron que debía ser. Hay quien usa esa equidad en su beneficio sólo cuando le conviene; otros pobres ni siquiera la entienden y otros muchos no quieren entenderla.
Círculos viciosos alimentados por patrones no reflexionados, que nos hacen hacer las cosas así no más, porque no sabemos "de otra", que señalan y tachan de loco, fuera de lugar y de lo normal a los que impulsados por el análisis y el coraje de ver y hacer las cosas diferentes gritan a los demás que lo mejor es intentar pintar fuera de la rayita porque el dibujo es todavía más grande. Y al final, siguen estando solos.


15 de octubre de 2016

31 años.

Tengo 31 años y me siento mejor que nunca.

Uno cree que los mejores años de su vida son cuando se es joven, vital y aventurero. Yo creía eso. Creía que después de una derrota no podría sentirme bien, realizada y plena, sobre todo después de la que viví cuando cumplí 30. Que después de todo ello probablemente sería mucho más amargada, histérica y engreída de lo que he llegado a ser, o que sufriría de más e inútilmente porque no cumplo con el patrón de no ser soltera y sin hijos, porque regresé sin querer, porque se me murió la vida en Buenos Aires y el corazón se me quedó en Rivadavia y Miró. Me callé la boca. Conseguí sin darme cuenta yo solita, que de la mierda naciera la vida. Me atrevo a decir entonces que estoy fabulosa.

Llegué a mis 31 bajo circunstancias dichosas. El fin de semana de mi cumpleaños no estuve rodeada de mucha gente, no tuve una gran fiesta, una mesa llena de regalos, ni atiborrado el celular de llamadas y mensajes; tampoco flores o chocolates. Admito que de tripa no se sintió del todo bien, me resigné porque todos mis cumpleaños han sido así y a raíz de ello fue que pensé y concluí que no puedo pedir más, que tengo más de lo que necesito y mucho más de lo que una fiesta llena de gente, regalos inútiles y abrazos forzados pueden dar. Intenté ver el lado bueno y lo encontré: estuvieron mis verdaderos amigos, la gente a la que sí le importo.
Llegué a los 31 con el peso de los 18, con un trabajo que me encanta ejerciendo la profesión que tanto amo, viéndome mejor que a los 25, con un sobrino en brazos por el que muero por ser algo más que sólo un lazo de sangre, con salud, con fuerza, con un montón de cosas aprendidas, con rodillas parchadas pero con la mente bien abierta, con paz y tranquilidad en mi corazón, sin cargas ni pesos ni personas que me sobren, sin tristezas, sin arrepentimientos y sobre todo feliz. Llegué después de lo que estaba segura era una gran derrota, pero pensándolo bien, fue una excelente transición. Estoy agradecida completamente con todo y todos, con cada una de las decisiones que tomé para llegar hasta donde estoy hoy.

Me amo, con todo lo que tengo y todo lo que soy. A los 20 años, joven vital y aventurera no hubiera podido decir esto, ni mucho menos tener tanto.

Tengo 31 años y estoy mejor que nunca.