13 de enero de 2011

Sin ton, son ni nombre...quién sabe.

Cuando se es joven el tiempo transcurre más lento. Muchísimo a comparación de cuando ya se es un adulto hecho y derecho. La vida es más fácil, tranquila y los días, aunque la rutina sea la misma, nunca son iguales. Te empezaste a acordar de la secundaria. Mientras estabas en el trabajo, de repente, y como suele sucederte te vino a la mente ese chispazo, donde reconociste al muchacho aquel, y vaya que no lo hubieses reconocido antes o en otra circunstancia, si no hubieras urgado los cajones y encontrado en una carpeta olvidada, una copia de su credencial de elector de hace años, cuando aún se parecía al mocoso de 14 años que era entonces cuando era bien amigo de Lorenzo: el chico rubio con la cara llena de acné, quieto y que siempre te dió una especie de paz cuando estabas con él, sabrá Dios si era su temple, su vibra paciente o que era un buen cristiano.
Le preguntaste, cuando tuviste la oportunidad, si estuvo en la misma secundaria que tu y fué después de que contestó afirmativamente cuando soltaste la pregunta obligada: ¿Recuerdas a Ravelo?. No había de otra, si recordaba a esa mujer, entonces era el chico del cual sospechabas. Sus ojos se abrieron y pareció que para él fué ayer. Esa mujer estaba loca, era una de tus 'buenas amigas' en secundaria, únicamente el primer año, después de que la cambiaran de grupo y te dejara vilmente sola en los recreos. Creías que si alguien era amigo tuyo, lo sería a pesar de que ya no tomaran clases juntos. Era toda una mentira, comenzabas a notar que el mundo era más superficial y ahi comenzó la sufridera. Adrian, fué novio de Ravelo por unos días, no la soportó mucho y según él, recuerda muy poco de esa fugaz relación.

De lo que se entera uno, ¿no? Ni te acordabas, es más ni siquiera sabes si llegaste a saber que este muchacho que comparte tu trabajo, fué pareja de otra conocida tuya, justamente la hija del maestro Gordolobo, tu profesor de guitarra en la secun; Te enteraste por ejemplo que hasta vivió con ella y que ella, osadamente y sin reparo lo dejó por un sombrerudo bragado despues de que entrara a la escuela de Zootecnia.

La secundaria, sin lugar a dudas, había sido la peor época de tu vida. Eras feo y sin gracia. Bueno, al menos eso dices. Diferentes circunstancias no te ayudaban a que fueras aquel adolescente guapetón rompecorazones, alto y fornido del que toda puberta se enamora. Al contrario, eras flaco, prieto, ojeroso y bien nerd. Siempre estuviste en el cuadro de honor, te traumabas porque nunca te salió el bigote, sino hasta los 16 y porque tenías pantorrillas de niña, te encantaba la guitarra, desde que te acordabas y entrar a la clase del profesor Gordolobo cada tercer día te ayudaba a ser feliz.

Víctor, estaba en el grupo C. No te acuerdas muy bien cómo es que se hicieron amigos. Un día ya estabas en su casa compartiendo tus juguetes y pasando las tardes llenas de aventuras. Él también estaba en la clase de música, no era el mejor, pero bien que le hacía la lucha. Ese chamaco era genial, con sus ojos grandes y claros, su generosidad y voluntad, con una risa como chillido de ratón.
Cuando el año escolar se acabó, él se fué con él, pero no regresó. El segundo año comenzó y después de largas vacaciones querías volver a verlo para contarle todo lo que habías hecho y purasdesas y jamás cruzó la puerta. Nadie te dió razón. Por días te quedaste esperando. Luego te enteraste que se había ido a los Estados Unidos y que allá se había quedado. Revolvieron a todos en los grupos y a Ravelo la mandaron al C. A lo bueno que a los demás ahí los dejaron.
Te sentías tan solo, sin Víctor y con la inesperada e inadvertida indiferencia de la chamaca loca de apellido chistoso. No te hayabas con nadie más. No era lo tuyo hacer lo que los demás chamacos hacían, te parecía aburrido sentarte a hablar solo de los pechos de las niñas, de las proezas en bicicleta o de cómo harían para husmear a las niñas en el baño.

Alejandro, era el hermano de una de las chicas en la clase de Gordolobo; Antonieta era la clásica chica no muy agraciada pero seguida por todos, era buena tocando la flauta transversal, la popular, la simpática y alma de la fiesta. A ti también te gustaba, para qué te hacías que no. Inclusive años después pudiste robarle un beso y experimentar tu primera erección al rozar sus redondas y suaves nalgas con tu mano. Te asustó cuando en otra ocasión, de pronto metió su mano en tus pantalones y cuando le pediste que fuese tu novia, te dijo que sí, pero que no quería que nadie más lo supiera. Después de eso, le perdiste totalmente el gusto. Venga, eras tonto, pero no tanto.
Alejandro, por el contrario, era menos pretencioso, simple y más como tú. Era un año menor y también había entrado a la clase de música, intentando aprender a tocar la flauta, como su hermana. Era un muchacho alto y tosco, de cabello rizado, de manos y pies gigantes para una persona normal. Les encantaba ir a comprar papas con limón y sentarse en las sillas de fierro puestas en la banqueta, frente al puesto de comida que tenía su mamá, a un lado de la entrada de su casa. Desde ahí, se veía toda la avenida principal. Y se pasaban las tardes mirando a la gente y diciendo babosadas.

De repente, te acordaste que tenías que ir a dormir. Mañana sería otro día más de trabajo. Ya no eras ningún puberto, ni esa gente estaba contigo. Ya no estabas en la secundaria.