27 de febrero de 2012

Me voy.

Hace poco más de 6 años en la ciudad de Monterrey me ocurrió algo que cambió mi vida: Asistí a un Congreso de Mercadotecnia, de esos fashions, organizado por el Tec de Monterrey, por supuesto, y corrí con la buena suerte de que el taller que me tocó tomar era dirigido por Antonio Waissman, en ese entonces nisiquiera conocido por mi u otros que estuvimos ahí. El taller fué dinámico y simpático, pero corto, nos quedamos con ganas de más. El argentino captó nuestra atención con su idea de que de todo lo simple y lo cotidiano se pueden extraer grandes y creativas ideas. Nos platicó de su escuelita, un lugar donde te enseñaban a ser 'creativo' emulando el trabajo de una agencia de publicidad. La idea me encantó y no se me salió de la cabeza por años. Era eso justo lo que yo quería hacer, a lo que me quería dedicar.

Estaba en 5to semestre de la carrera y la idea de graduarme e irme a estudiar fuera se hacía cada vez más grande, hasta que se convirtió en un objetivo, en un deseo, en un sueño para hacer proyecto.

Pasó el tiempo y me olvidé de la escuelita argentina y miré hacia Europa y me quise ir a hacer maestría a España. Desde ese momento sólo pensé en irme para allá. Ahorré y ahorré y ahorré más. Apostillé mi título, preparé documentos y muy ilusionada apliqué para una beca en aquel país. Pasó casi un año para la resolución y en Junio de 2010 me dijeron que NO. Se me cerraron las posibilidades, las opciones y se me quitaron las ganas. No había siquiera pensado en un plan B, C o Z; todos mis esfuerzos estuvieron puestos en irme a España. Dejé de pensar en eso casi un año más.

Para ser sincera, parte de querer irme fuera era por mi mal estado de ánimo, por mi depresión y mis problemas emocionales. Creía que era necesario ese cambio, irme y deshacerme de todo o de nada, pues no tenía mucho qué dejar. Llegué a pensar que estando fuera podría quitarme ese sabor de soledad, esa sensación de que estaba rodeada de mucha gente pero ninguna estaba conmigo (estúpido, ya sé, pero sucede), también me dió miedo y creí que allá más que en otro lugar estaría sola, porque ni a mi familia tendría conmigo. Quería ser alguien nuevo e irme me daba la gran posibilidad de poder intentarlo.

Durante el tiempo que me hice a la idea de irme, quise aprender cosas que creí serían útiles para mi desempeño en el extranjero, por ejemplo desde cómo cocinar sin chile hasta el cómo inyectarme yo misma.

Ahora, estoy a unos días de dejar mi casa, a mi familia, amigos y a personas que no tenía cuando lo único que quería era largarme.
Qué extraño, cuando quería irme porque creí que no tenía mucho aquí, me tuve que quedar y ahora, que tengo tanto qué dejar, me voy. Y me voy porque lo decidí, porque llegó el momento en el que creo estoy preparada, llegó el momento en el que sufrir por alguien que no llega o no está desapareció, cuando ya no me siento sola, cuando volví a ser feliz. Quizás era eso lo que yo necesitaba para que se me abrieran las puertas del mundo.

Tengo miedo, estoy nerviosa y me aguanto las lágrimas cada vez que alguien me desea suerte y me dice que me va a extrañar. No me la creo. Aún no me cae el veinte de que me voy, de que estaré fuera por mucho tiempo, que no estoy empacando para unas vacaciones largas ni que tendré que administrar mi dinero para unas semanas de visita en algún lugar, sino para sobrevivir en un país y ciudad donde no conozco nada ni a nadie. Donde temo que mi madre esté sola, que mi hermano enferme y purasdesas.

Ya estando allá, a hacer de tripas corazón, a no esperar nada de nadie y a vivir mi sueño.

¡Gente, se me hizo, me voy a Argentina!

20 de febrero de 2012

'Rompida' de corazón

Hoy, como otros días (sí soy patética) me acordé de ti y de cómo rompiste mi corazón aquel Noviembre del 2009 en la ciudad de México, dos días después de que fuímos a uno de los mejores conciertos en los que he estado, de esa banda que sus canciones me parecen justas para el cachondeo, donde se me aguadaron los calzones y salí con pipí en la cabeza.
Me acordé de lo tonta que soy cuando me enamoro, de lo ciega que puedo estar cuando quiero a alguien. Te entiendo, te pasó lo mismo que a mí contigo. Te enamoraste y te cegaste. Lo bueno fué que a ti si te correspondieron.

Tu mismo me dijste que cómo era posible que se estuviera con alguien que no me tratara bien. ¿Te acuerdas? Por eso te fuiste y fué lo mejor; sin embargo no me merecía que tomaras mi mano o besaras mis labios sólo cuando nadie que nos conociera nos mirara, que ese día salieras temprano, me mintieras y que acertada o desgraciadamente en la ciudad más grande del mundo, habiendo millones de personas, te viera caminar por el Paseo de la Reforma con ella, después de que dejaste que me las arreglara con una mujer que apenas conocía y que valientemente aceptó acompañarme a dar un paseo por Chapultepec. Salvó mi día para ser sinceros. Y no sé si no se dió cuenta o fué tan sensata para disimular, y muy bien, que supo lo que pasaba y además aliarse conmigo al decir que 'tu amiga' era bastante desagradable. Tampoco merecí que intentaras subirme el ánimo que bien sabías, tu habías tirado al suelo, diciéndome que al día siguiente la pasarías sólo conmigo, justo como los hombres que engañan lo hacen. Así fué, pero no dejaste de mandarle mensajes a su celular mientras recorríamos los pasillos y jardines del Castillo de Chapultepec; y no, no valió la pena haberte visto ser timado por un merolico, ni el desayuno, ni la pelea estelar de box en la habitación, ni el café, ni el boleto del concierto que no dejaste que te pagara, ni haberlo intentado de nuevo y haber fracasado. No tenía corazón para eso. Te lo habías llevado ese día y lo tiraste muy cerca del Angel de la Independencia. Cuando me dijiste que era algo emocional y no físico, te dí la razón, pero no te dije cuál era: no podía hacer el amor con alguien que no me quería y que intentaba hacerlo sólo para consolarme después de haberme roto el corazón.
Estoy bien mensa, lo sé, pero no me lo merecía. Me trataste mal, por eso te fuiste, por eso te tenías que ir.