24 de enero de 2009

Era domingo y Cristina estaba algo inquieta, con la boca reseca y con calor a pesar de que afuera hacía un frío de esos, de los clásicos de su región, donde cala hasta los huesos y el aire raja la cara, sonrojando las mejillas y helando la nariz.
Su madre estaba a punto de partir a reunirse con una amiga para tirar el chal, tomar café y mordisquear elotes tatemados, era entonces oportunidad para que tuviera la casa para ella sola, como muchas tantas veces, como casi siempre. Contaba con 2 horas, según había calculado y estaba a una llamada de poder quitarse esa cosquilla del vientre bajo que desde que despertó le había dado lata.
Moisés era un chico alto, blanco, de complexión robusta y de cabello lacio y claro; era quien en ocasiones había ayudado a Cristina para que esas cosquillas desaparecieran, de hecho había sido el primero en tener una segunda ocasión. Cuando lo conoció le agradó mucho a la vista, pero lo peor de Moisés no era que usara frenos o fuera algo despistado, era su voz: 'Habla como pendejo' pensaba ella, su tono de voz no era muy grato y la forma en la que arrejuntaba la saliva entre sus dientes y lengua menos. Ligero detalle que dejó de lado el día que consiguió callarlo con sus labios y terminaron tocandose dentro de un incomodo bocho una noche de julio, de las preferidas por Cristina, porque no hace mucho calor y dormir a la interperie es delicioso.
Comunicarse con Moisés ya era fácil, una llamada bastó, para que en 30 minutos estuviera tocando a la puerta. Cristina se dió un baño y se perfumó, usaba una bata de baño color rosa que cubría su redonda figura y que hacía notar la gravedad sobre sus redondos senos. Con cepillo en mano abrió la puerta e hizo pasar al chico, ya sin frenos, con unos cuantos kilos de más y con el cabello corto.
Se miraron y dijeron solo un hola, cuando sus labios se hicieron una sola boca. Ese sabor a cigarro añejado combinado con chicle de menta que compartía Moisés y el olor a floresillas del shampoo de Cristina, impregnó el ambiente; sus manos rodearon las caderas y tomaron de la cintura a Cristina, los besos comenzaban a ser más largos e intensos, sus lenguas se entrelazaban amelasando la saliva. La temperatura aumentó. Ella se giró hacia la pared y se avalanzó para que ésta tocara su espalda, apoyarse y colocar su pierna enredada en la cadera del joven.
Las ansias abordaron a Moisés y quiso arrancar de tajo la bata de baño que cubría el cuerpo fresco de Cristina pero solo consiguió abrirla a la altura del escote, quizás porque se dió cuenta que era mejor no ir tan rápido, metió su mano y masajeó el busto, suavemente como si fuera la primera vez que los sintiese, explorandolos para conocer el territorio donde probablemente podría perderse. Ella se dejaba querer, de la mejor manera que sabía y se le ocurría en ese momento. Y sentía el aliento del otro en su oído y se le ponía la piel chinita. Moisés se dió cuenta que su compañera no traia ropa interior y eso lo exitó mucho más, de pronto la cargó y de dos pasos ya estaba en el sillon de la sala, con ella sentada sobre sus piernas, mirandolo a la cara. De repente ella se detuvo de tajo, quitó sus cabellos de la cara y jadeando lo miró a los ojos. No hubo que hacer otra cosa. Esos ojos oscuros, penetrantes y transparentes lo dijeron todo. Él desamarró la cinta de la bata y despacio la desvaneció entre sus hombros y cayó al suelo. La piel desnuda de cristina erizaba la de Moisés, ahi estaban ese par, desbordantes, hermosos y solo para él.
Cristina lo besó de nuevo...poco despues, la cosquillita comenzó a desaparecer como si él dentro de ella rascara su vientre y diera alivio despacio y plácidamente...Una, dos...varias embestidas y los músculos de los muslos tensos. Sudor, calor... Terminó.
Las cosquillas se fueron. Ella se vistió y lo despidio con un beso lánguido en los labios. El salió de la casa sin mirar atrás. Y los dos, a su manera, esperando las cosquillas, esa llamada y el encuentro furtivo una vez más.

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