5 de julio de 2008

Juanito, Karla la recepcionista y yo ya nos habiamos puesto deacuerdo para ir el jueves a comer. Desde que nos quitaron media hora en el horario de la comida, ya no podía ir a comer a mi casa y tampoco a la de mi papá pues no esta en casa los jueves.

Al final, no comimos lo que yo quise: montados y terminamos yendo a plaza galerías. Nunca me ha gustado ir a esos lugares, donde va la gente que se cree nice pero no lo es. Prefiero gastar $50 en un riquisimo montado que en un semi restaurante que da caro solo por estar en el centro comercial.
El jefe se sentó a mi lado. ¡Maldición! ese hombre siempre me hizo sentir incómoda. Prejuicios, muy malas primeras impresiones, qué se yo, jamás me sentí bien a su lado.

Juanito siempre fue una persona en la oficina con la que hice click de inmediato, no sé si fué porque eramos los únicos de menores de 25 años y solteros. Juan es un desastre, desorganizado, nervioso, con casi nulos conocimientos del excel, pero muy noble, buena onda y un excelente abstemio.

No pude más y le pregunté a Karla de RH si había llegado el tan esperado cheque de la liquidación. Dijo que sí. Y hasta sentí cómo se me revolvió el estómago. No dudé y al primero que le dije fue a Juanito.
Se le nublo la mirada y se puso rojo. Se puso triste definitivamente. Yo estaba contenta...ese sería mi último día de trabajo.

Llamé a Cipriano, mi nuevo jefesito, y lo metí a la sala de juntas. Le dije que me iba y que estaba ahi para lo que necesitara, que era ya una realidad, que se iba a quedar con el departamento. Que yo había hecho todo lo que pude de la mejor manera posible.
Tras sus palabras, me solté llorando. Fué la única persona de la oficina que me dijo que era buena, que realmente iba a hacer falta, que no me preocupara, que mi edad, mi estatus de recién egresada y mis pocas responsabilidades como el no tener hijos, me ayudaba. Que soy una persona que se ve es buena y muy capaz. Me subió el ego.

El dejar la rutina de hace 6 meses, aunque pocos, ya sonaba nostalgico y no queria llorar frente a toda la oficina. Quité mi wallpaper, borré algunos archivos y guardé en mi memoria otros. Abri mis cajones y saqué mis cosas. Mandé un correo de agradecimiento y seguí trabajando. Como si nada pasara.

Llegué a mi casa y lloré de nuevo con mi mamá. El día había terminado.

Ese último viernes, no fué tan dificil. Ya la mayoría sabia que me iba. Dejé los últimos pendientes en el escritorio de mi jefe, saludé a Juan, prendí la computadora y en menos de 5 minutos nos llamaron a la sala de juntas.

En total $26,000. ¿Donde firmo? Vaya, me habia ido mejor de lo que pensaba.

Salí y recibí un fuerte abrazo de Juan, no me soltaba, sabía que no quería que me fuera. Los de mantenimiento no creían lo de mi salida, pocos le tomaron importancia. Despedida.

Rumbo a conciliación. De ahí, con cheque en mano, a seguir con mi vida.

No hay comentarios.: