23 de mayo de 2010

Tiene los ojos espesos, profundos, de esos que no te da miedo mirar, oscuros; un aspecto desalineado (en primera instancia) una sonrisa grande y templada, el cabello rizado mal distribuido y su piel blanca. En realidad me esmeré en no verme como suelo al final del día; limpié mi cara y retoqué mi maquillaje, me cambié de ropa y usé perfume. Él mientras, calzaba tenis y vestía una playera azul pálido algo arrugada, como si sólo la hubiese sacado del clóset o vuelto a poner de un día anterior. Llegué tarde a la cita a pesar de que estaba a unas cuantas cuadras del cafesito donde tendríamos el encuentro. Creí me estaría esperando dentro, pero decidió hacerlo dentro de su auto. Caminé hacia la puerta y escuché mi nombre. Nos miramos. Intenté reconocerle o empatar el rostro que había visto en mi pantalla con el de todo color. Me gustó lo que ví y comenzó tan fácil con el clásico 'Hola'. La plática fué fluída, tanto que nos hizo falta tiempo. Tomé un café frappeado, de esos que me encantan, de sorbo en sorbo y mientras lo escuchaba no podía dejar de mirarle. Su rostro y gestos captaban mi mirada y la hacían fija. Llegó la noche entre risas y la presentación en general de nosotros. Me invitó una cerveza, no la acepté. Prefería ir a dormir a casa. Me moría de hambre y él antes había preferido no comer. Nos despedimos y esbocé una sonrisa para decirle que volverlo a ver debía suceder. Me rodeó con sus brazos y me abrazó. Sentí como con sus manos intentó sentir más allá de mi espalda, dentro de mi piel y cómo parecía gustarle. Fué el signo más claro para darme cuenta que le había gustado.

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