16 de mayo de 2010

Carlos.

Cuando eramos unos pubertos, nadie imaginaba siquiera que las cosas serían como ahora. Es más, ni siquiera nos importaba pensar mucho en el futuro o en dónde terminaríamos cada quien después de que los años pasaran por nosotros.
Jamás nadie se lo imaginó. Aún algunos todavía no pueden creerlo. Yo intento convencerme, creer que estaba en el momento equivocado y con la gente equivocada, aunque no sea consuelo.
Se corrió la voz bien rápido, extremadamente rápido. Cuando terminó el día lunes todos lo sabíamos. Supimos la noticia hasta de quién ni imaginábamos podría avisarnos. Fué trágico, triste y desalentador.
Lo recuerdo despierto. Siempre creí que era alguien seguro, sin miedos y decidido. No teníamos ni 15 años y él parecía ir rápido, crecía velozmente en algunas cosas, según mi parecer. Era muy inquieto y besucón; apasionado, alegre y divertido. Compartía conmigo el gusto de bailar y de subirse a un escenario; lo tuvo con muchos más. No había a quién Carlos no le cayera bien.
Lloré todo el día. Llegué a la funeraria una media hora antes de que el cuerpo saliera a la misa. El lugar, por ende estaba triste, oscuro y en silencio, una típica funeraria. No logré ver a nadie conocido y creo que los que ahí estaban tampoco supieron quién era yo. El cuerpo yacía al fondo de la capillita, en el centro un ataúd café y por encima una foto de él sonriéndo, no me pareció tan apropiado que esa foto estuviera ahí, porqué no poner otra, en vez de esa donde salía tomando una botella de whiskey junto a otro hombre con cara de ebrio, en fin. No pude llegar a dar el pésame a su madre, me fué imposible. ¿Cómo consuelas a una madre destrozada por la pérdida brutal de su hijo? No lo pude evitar, las lágrimas salieron de mis ojos. Quise verlo antes de irme, por última vez. Apenas lo reconocí, tuve que encontrarle parecido a quién estaba ahi postrado con quien había sido mi amigo. Los ojos hinchados y morados, cerraditos...el cabello hacia atrás, tan quieto. El maquillaje no pudo ayudar a quitar las marcas de cómo fué su muerte; en la mejilla derecha tuvieron que coser su piel. Sus manos estaban heridas y semblante sombrío. De mi corazón sólo esbocé un quejido y lo dejé envuelta en llanto. No podía creer que Carlos estuviera muerto, no, no debía ser así, no tenía porqué.
Su madre gritaba, adolorida, cansada, fuera de sí. Pedí a Dios le ayudase a tener resignación, a encontrar por lo menos un poco de tranquilidad.
La noche del sábado fué la última para él. Lo encontraron fuera de la ciudad, en la carretera a Cd. Cuauhtémoc, el domingo por la mañana, junto con otros 3 jóvenes, fusilados a tiros, en fila uno al lado del otro.
Y hoy, me siento enfurecida, impune, adolorida, triste y desesperada. Se ha llegado a un tiempo, que jamás, nunca, ni con la imaginación que nos abundaba cuando niños, pudiésemos creer que estaría como realidad. Y si él fué hoy, puede ser cualquiera mañana. Mi madre, mi tío, mi papá, mi vecino, compañero de trabajo...mi hermano. Y nadie hace nada, aunque pueda, aunque quiera.
Y es que cuando nos conocímos, nadie se lo imaginó, nadie siquiera lleno de ira y maldad lo pensó. Y muchos lo quisimos y queremos. Tantos lo recordaremos dentro de esos, nuestros mejores tiempos. Descanse en paz Carlos Francisco Quintanar Hernández 1985-2010.

1 comentario:

jenn dijo...

Graxias por haber querido tanto a mi primo, es un dolor an grande averlo perdido y mas de la manera tan cruel k murio

grax por tdo jenn