19 de diciembre de 2008

Soy una llorona

He llorado miles de veces, yo creo que cientos de miles. Soy una llorona. Se me ha quedado ese tipo de reflejo de los bebes, que lloran por y para todo; yo así lloro para desestresarme de alguna forma. En mí el llanto funciona como terapia, he llorado de felicidad, de coraje, de estres, de miedo, de angustia, de tristeza, de nostalgia, de impotencia, de alivio, hasta lo he finjido...la gran mayoría, si mi memoria no me falla, sé el porqué lo hago, qué hay detrás de las lágrimas, en teoría por lo menos.
Esta vez no fué así. No tenía una razón suficientemente buena, aún en mi condición de buena chillona, para que lo hiciese, pero cuando me dejó ahí, cuando tuve que despedirme y subir al autobús con un vaso de yogurth con fresas y recordando que había olvidado decirle algo, ese algo que preparé con las palabras justas, sin más ni menos, que esperé decirle hasta al final, hasta que tuvieramos tiempo para nosotros, se me cerró la garganta y las lágrimas cubrieron mis ojos y quise llorar...ahi en medio del paisaje con lindos arbolitos chaparros y el camino sinuoso, sin saber porqué exactamente.
Senti como si hubiese perdido algo o como si no lo hubiese encontrado, fracaso, como si hubiese hecho algo en vano aunque no fuera así. No había pues razón.
Me aguanté como las machas y pensé en eso, que parecía tan malo, como lo que realmente era, un avance.
Al llegar la noche, el llanto fué victima de mi cansancio (desveladas y crudas) y cedió, cedimos juntos y me convertí en una fábrica de mocos, lloré, con los ojos cerrados y no me sentí mejor, como antes solía ser.

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