21 de octubre de 2008

Sin ton, son ni nombre 10

Ese día recordabas calmado y meditabundo porqué fué que sucedieron las cosas, tratabas de explicar lo más positivamente que todo debió de ser así porque vendrían cosas mejores.

Es dificil explicar porqué alguien a quien amas (o crees amar a los 17 años) puede perder esa insignia y dejar de ser lo más importante. Es como si el amor se difuminara, como si se fuera apagando poco a poco.

Tratabas de darle explicación a eso que no sabes, que no conoces y que nunca conseguirás hacerlo. Esas mafufadas del destino a veces te convencen de que existen.

Estabas totalmente seguro de que eso era lo que querías. Ni sabías bien porque, probablemente no querías pasar toda tu vida con la primer persona que había sido tu novia 'en serio'y te era necesario conocer a más, o quizás te daba pánico el que pareciera que ya estaba sentenciada su boda y una larga vida juntos. Algo pasó. ¿Qué? No sabes. La querías, muchísimo, muchísimo...pero ya no era lo mismo, cómo explicarlo...imposible. Ya no se sentía igual. Ya la coincidencia no era tan prometedora. Necesitabas un descanso.

No lo entendió. Eso fue lo que pensaste, lo que para ti era la única respuesta. No lo entendió, no pudo afrontar que necesitabas algo diferente y no precisamente debía estar fuera de ello. Pero así tuvo que ser, así pasó.

Georgina ya no estaba contigo. Y en ocasiones parecía un alivio, otras la extrañabas como a nadie. Pero no te fué tan dificil como a ella. Sabes que le dolió y nisiquiera podías estar en la postura del consuelo.

Para todos eras el malo del cuento, el insensible que no supo decir adios de una manera mas suave, el que olvidaba pronto, al que no le importaba. Pero no tenías la intención de explicarle a esos que realmente si te importaba y que tu decisión había costado trabajo y que aunque sonara egoista era tu obligación ser feliz y si de eso dependía no estar con ella, ibas a tener que hacerlo. Tanto te importaba que a la fecha, ella ocupa un buen lugar y forma parte de esos mejores años de tu vida.

Tu decisión era firme. Así tenía que pasar.

Olvidarse de Georgina como mujer, era ahora un reto.

No se sentía como una desilusión amorosa, ahora estabas tu del otro lado. Eras tu quien decidía irse, quién terminaba y cortaba por lo sano, quien decía adios. Fue en ese momento cuando comenzaste a entender que el amor no se fuerza y que no es tan eterno, que es tan impredecible como el clima en primavera y que duele, que siempre duele aunque sea un poquito.

Georgina se desplomó, pero siempre hubo algo que no te hizo sentir compasión. Ella iba a estar bien, los dos lo iban a estar.

Se enredaron en malentendidos para los cuales no tenías ánimos de arreglar; eso de buscarle tres pies al gato y gastar energías para tu nuevo estado de búsqueda (de qué? quién sabe) no estaba en tus planes.

En esas noches solitarias y más si llovía sentías nostalgia, y te preguntabas si encontrarías a alguien más con al menos lo que más te gustaba de ella: que podías ser tú mismo.
Y de vez en cuando desdoblabas esas hojas de papel añejadas en una caja de cartón con olor a canela y leías esas cartas que escribió. Tenías tus favoritas, de las que aún recuerdas ciertas frases.
Y no te deshiciste de ellas, aún deben estar por ahi, arrumbadas en el clóset, en su caja de cartón con olor a canela.

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