6 de septiembre de 2010

A mi siempre me ha sido dificil, dificilísimo olvidar; es sencillamente algo que no se me da. Las cosas pasan, dejan de doler, se digieren o se meten debajo de la cama para que hagan compañía a todo ese polvo, pero jamás, jamás se me olvidan. Es como aquella sonrisa tímida pero gigante del niño de cabellos lacios y converse azules que me encantaba en el kinder, cuando aún vivía en aquella colonia del norte de la ciudad; como aquella cachetada que me dió en plena vía pública la mamá de Alejandra, porque llegamos media hora tarde de una fiestesilla pinchurrienta en la casa de Eddy; como la sensación de los labios de Alan juntándose con los mios, el mismo día en que vendimos el auto violeta de 8 cilindros; como cuando mi mamá me enseñaba las tablas de multiplicar; como cuando olvidé el vestido de polka azul colgado de la malla de la secundaria después del ensayo; como cuando ví por primera vez a Marco o los nervios que me dan cada vez que subo a un escenario a bailar; justo como cuando por enésima vez el hombre de cabellos rizados y rojos me demostró que no quería estar conmigo. Hay cosas, que jamás se olvidan, cosas, que no se me olvidan.

Que tengo buena memoria, sí, fotográfica pudiésemos decir, pero estos recuerdos van más allá de imágenes, se componen de llanto, de risas, de olores, de tactos, de emociones y de cientos de días de soledad.

No hay comentarios.: